28.9.10

El vuelo de la Rosca

Hoy Gerardo se despertó alegremente triste. No quería levantarse de su catre. La noche había estado brava, muchas birras, muchos tequilas, mucho dolor, lucho llanto... su amado Nube nunca llegó al Saturno. Varios máes se le arrimaron, pero ella esra de respetarla y le partió una botella de Imperial en la cabeza a uno que se volvió muy mano suelta y le agarró la entrepierna. Luego no recuerda nada, solo que se despertó en su cuartucho toda engomada y hedionda a cerveza. Agarró a Rosca, le hizo cariño como le gusta a los gatos y la dejó ir. Rosca se subió a la ventana, se limpió una pata y saltó. Gerardo se quedó sola y poco a poco comenzó a llorar la pérdida anticipada, el vacío permanente que le llenaba el corazón de vértigo y lo envolvía fuertemente con las vendas de la soledad. Lloró sola, lloró el alma toda la tarde hasta que en lugar de lágrimas lloraba arena. Ya para ese momento eran las 18:42:25 y tenía que alistarse para entrar a trabajar. La Rosca llegó y se sentó a ver a Gerardo, mientras éste intentaba vestirse, pero vio a su dueña quedarse paralizada ante el espejo mirando la realidad que no le permiten ver sus noches sin espejos... y por eso Nube no llegó anoche al Saturno. De nuevo un río de lágrimas cayó por sus hundidas mejillas. Gerardo se acercó a la ventana de su cuartucho que daba al parque que esta atras del Edificio Genaro Valverde, se sentó en el quicio, se limpió las lágrimas y como la Rosca hizo horas antes, saltó por la ventana...

17.9.10

La mañana y Nube

Hoy se levantó sintiéndose diferente. Lo notó porque era temprano, porque abrió la cortina del cuartillo donde vivía sobre la Av. 5 y pudo ver el camión de la basura que nunca veía, irrigar las calles con su caldo de mil olores. Un suspiro llenó sus pulmones viejos, tapizados de tabaco y eso le produjo tos. Escupió fuerte y encendió un cigarrillo como desayuno. Caminó hacia su armario, abrió la puerta que todavía se aguantaba los recuerdos que colgaban de ella y se puso a escoger la ropa para este día.
Sabía que en San José había fiestas. Entonces debería ponerse algo lindo, pero fresquito porque el día ofrecía cielo azul y hombros quemados. Y mientras buscaba, un recuerdo se cayó y le dio en la cabeza. Se quedó mirándolo como con miedo y deseos de tomarlo con ternura. Una diminuta lágrima se le zafó y cayó en el recuerdo seco y polvoriento y eso bastó para que muy despacito éste se fuera convirtiéndo en un telón y sobre éste, un segmento prohibido de su vida se viera proyectado: su amado Nube. Y el recuerdo fue cobrando más vida, conforme más hilillos salobres se perdían en el abismo de su pecho. Su amado Nube. Casi lo podía tocar, si hubiera estirado la mano, pero una tomó a la otra y no se soltaron. "Nube..." se dejó decir. Luego tomó el recuerdo, lo secó y lo guardó en su lugar.
Escogió un lindo vestido de esos que venden en la Plaza de la Cultura, se metió al baño que era compartido (donde siempre encontraba el servicio sucio, "puercos indecentes esos" decía con furia) y veinte minutos despues lucía radiante frente a un pedazo de espejo que había rescatado de un lote valdío al sur de San José.
Esa mañana sonrió y salió feliz. Esa mañana, Gerardo se sentía particularmente hermosa...